Perdí $500 en la tragapuntas… y me encontré

H1: Gasté $500 en una máquina tragapuntas. No gané.

Presioné ‘girar’ por tercera vez esa noche—la lluvia golpeaba la ventana de mi apartamento, las luces neón rosa titilaban como tambores de carnaval en Río. Mi presupuesto era $800. Había perdido la mitad antes de medianoche. Sin bonos. Sin líneas dobles. Solo silencio.

H2: El algoritmo no se preocupaba por mí.

El generador RNG no conocía mi nombre. No le importaba si había tenido un mal día o si mi mamá venía del South Side de Chicago. Solo giraba: aleatorio, justo, insensible. Y entonces lo entendí: esto no era juego de azar.

H3: ¿Y si ganar nunca fue el punto?

Empecé a jugar creyendo que control significaba ganar. ¿Pero y si ganar nunca fue el punto? ¿Y si el punto era aparecer… incluso cuando pierdes? La forma en que respiras entre giros. La forma en que notas tu reflejo en una pantalla pixelada a las 2 a.m. La forma en que escuchas jazz con auriculares mientras esperas algo real—no más monedas.

Me uní a un servidor de Discord la semana pasada—a un grupo de extraños que hablaban como amigos a las 3 a.m., compartiendo historias que nunca le contaron a sus terapeutas. Uno dijo: ‘Vine aquí para olvidar cómo ganar.’ Otro: ‘Vine aquí para recordar cómo estar en silencio.’

No jugamos tragapuntas por dinero. Jugamos porque, entre el caos y la calma, encontramos otra vez quiénes somos.