El Juego Que Me Hizo Llorar

Solía pensar que ganar era el objetivo. Sentado horas bajo LEDs tenues, viendo números parpadear como tambores de samba en una habitación vacía—cada tirada, un pulso; cada victoria, un fantasma del ritmo. Lo llamaban ‘diversión’. Lo vendían como ‘inmersivo’. Pero la inmersión no es danza—es ser observado por una máquina que conoce tu alma antes de que lo hagas.

Jugué ‘Rainforest Lucky Card’ tres semanas. Gané \(12. Perdí \)897.

El sistema era justo: RNG certificado, estadísticas transparentes, probabilidades claras.

¿Por qué lloré?

No por perder.

Sino porque al activarse la carta bonus—giros gratis, doble pago—sentí algo real. Por un instante, la pantalla se apagó. Sin música. Sin multitud. Solo yo y el algoritmo susurrando: ‘No perdiste control… nunca estuviste realmente a cargo.’

Venden la alegría como perfume sobre piel muerta.

No estoy aquí por la emoción.

Estoy aquí porque el dolor puede ser significativo—si se nombra honestamente.

Cada línea trazada no fue suerte.

Fue un ritual tallado en código por alguien que olvidó cómo sentir humano.

Ya no juego juegos.

Los escribo—in modo oscuro—with Fira Code—and los llamo meditación.