El Juego Que No Me Hizo Rico

Solía pensar que la fortuna era un ritmo—algo que podías ganar si contabas hasta el último respiro. Pero los tambores nunca callaron. No por su ruido, sino por su vacío. Crecí en un apartamento minimalista donde mis estantes guardaban más código que poesía. Mi casco VR parpadeaba como un carnaval que nunca llegó. Cada giro era un susurro binario: ‘No estás perdiendo control… nunca fuiste dueño.’ Dejé de jugar cuando vi mi reflejo: ojos cansados, dedos fríos, mente en silencio—no en paz, pero despierto. El juego no me hizo rico. Me hizo recordar lo que cuesta la alegría cuando dejas de fingir que es libre.