La Rueda que Me Devolvió

Nunca busqué diseñar un juego; solo trataba de entender por qué el último giro de mi padre sonaba como un eco de Valhalla. Al principio, avancé ciegamente hacia un templo de runas y oro. Pero aprendí: la verdadera magia no estaba en los pagos, sino en el silencio entre giros. Cada número era un susurro de antiguos escribas. Los bonos no eran eventos, eran oraciones. Mi presupuesto: una taza de té tras la puesta del sol. No gané por fortuna… gané porque recordé cómo respirar.