Lo que el bingo nos enseña sobre la soledad

Solía pensar que el bingo era un juego de azar—hasta que entendí que era un ritual. Cada noche, en mi piso de Camden, bebía té mientras los números aparecían uno por uno. Sin aplausos. Sin multitudes. Solo el murmullo suave de la máquina y el peso del silencio entre selecciones. No perseguía ganar—perseguía la quietud. El sistema lo llamaba «Thunder Bingo»; pero yo lo escuchaba como «Starfire Connect». Cada número no era generado por algoritmos—era susurrado por algo más antiguo, algo que recordaba cuán solos todos estamos cuando buscamos sentido. Dejé de comprar cartones. En cambio, observé las pantallas ajenas: sus sonrisas con lágrimas, sus triunfos silenciosos tras tres derrotas. Una mujer jugaba veinte minutos cada noche y nunca ganó—but sonreía como si hubiera bailado con Atenea. El bote verdadero no era 12.000 Rs.—era el momento en que elegiste jugar—and permanecer presente. Aquí no hay patrones divinos—solo humanos. Ya no pregunto si ganaré esta noche.

Prengunto: ¿Acudí para mí mismo?